CAPÍTULO XIX: SUICIDIO.

Siluetas. © Jonathan Suárez
   Volver luego de 6 meses es un verdadero reto. Sentarse en la última fila y vislumbrar el salón vacío resulta bastante terapéutico, todos los que allí se sentaban lograron partir y seguir sus destinos en busca de algo mejor de lo que tenían. Según como lo veas puedes sentirte con un gran vacío o, por el contrario, una gran tranquilidad. No sabes si los volverás a ver, pero te reconforta saber que donde se encuentren, ellos estarán bien.

   El ritmo con que marchaba esta historia hace mucho que perdió sentido y te resignas al estruendoso ruido en la percusión de los instrumentos musicales. La partitura acabó, pero aun así te niegas a parar. Nada es lo que debería ser ni lo que quisieras que fuera.

   Sin duda estoy en un hoyo emocional, visceral, si se pudiera decir; trato de mantener la calma y seguir adelante aun cuando por dentro me derrumbo cuan glacial ante calentamiento global. Mis expectativas se fueron en picada y mis propósitos cesaron ante el entorno en que me encuentro. No soy lo que quisiera ser, no estoy ni cerca, pero trato de mejorar; lo hago sin perder la innata esperanza en algunas personas de las que me rodeo.

   Suicidio, así se titula este post; pero no se preocupen, no hace alusión a la vertiginosa necesidad de encontrar paz en las que algunos encuentran cobijo. El respiro que aquellos menos privilegiados denominarían nirvana. La salvación a la que recurren quienes viven en silencio. Hablo del suicidio al que nos sometemos todos diariamente, en donde con el pasar del tiempo muere una pequeña parte de nosotros y nuestros sueños. Un sacrificio voluntario al cual recurrimos por necesidad.

   Vivir en un país como Venezuela se volvió hace mucho un viacrucis en que acepté mi destino final, un descenso al mismísimo Inferno de Dante. La diáspora no resulta buena opción con un plan nada estructurado y aventarse a lo desconocido, no siempre tiene el resultado esperado. He visto amigos irse y triunfar y otros, irse y regresar. Un experimento de ensayo y error. Aun así, vivimos en una bomba de tiempo cuyo ¡Tic! ¡Tac! Se hace cada vez más constante. El tiempo se nos acaba y no hay vuelta atrás.

   Un suicidio, como dije. Ya no hay nada más que ofrecer y aun así seguimos dando. El risible libre albedrío con la connotación que le damos a las cosas. Definir querer con costumbre; apatía con pereza, desapego con indolencia. Necesidades que se vuelven cada vez menos de interés colectivo y más de responsabilidad personal. Algo que nos corroe como el óxido al metal y que avanza… avanza… y avanza. Será que nos falta malicia, o capaz nos falta bondad.

   Admitiré que le tengo miedo al mañana, que algunos días despierto por inercia sin la menor motivación. Con el mínimo de ganas. Con el pensamiento de que la persona a la que quiero probablemente no la vuelva a tener. Y está bien no sentirse bien, pero es imperativo mantener la calma y pensar en nosotros, ya que las más grandes batallas se desarrollan en nuestras mentes por lo que pensamos pasará y no por lo que verdaderamente pasa.

   Esperemos no sea demasiado tarde para detener o darle fin a este suicidio.   


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